CHEQUE

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El tipo entró en la librería con los zapatos sucios y la ropa desordenada. Desde el mostrador, ella lo observó con asco, como si acaso lo conociera, como si antes hubiera tenido una mala experiencia con él. El tipo venía por primera vez y dijo “hola” y ella no dijo nada. No importaba. El tipo se encogió de hombros y se dirigió hacia las novelas de Faulkner, y con sus manos sucias recorrió las páginas de Luz de Agosto sin tener noción del tiempo.
Luego entraron dos jóvenes que recorrieron los estantes sin amor, como las personas cuando matan el tiempo. Una muchacha que salía del colegio entró para comprar un libro Coelho y se fue sonriendo, como si se acabara de ganar el cielo. Una señora preguntó por un libro de Cortázar y salió cuando apenas ella comenzaba a decirle el precio. El tipo seguía con Faulkner, y de rato en rato miraba hacia la calle.
El tipo era raro, podría pasar como pordiosero o como poeta olvidado. A veces leía las páginas completas y otras se saltaba cincuenta páginas y en la siguiente podía demorarse minutos completos. Daba la sensación de quien busca un tesoro.




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La joven escritora camina por la Ciudad Universitaria. Acaba de terminar su última clase de la mañana y se dirige a almorzar. Se sienta en un restaurante pequeño de sillas de madera. Hace frío. Pide una ensalada y agua mineral, como siempre. Ve a su alrededor: Empleados del Estado, abogados venidos a menos, secretarias en grupo, otras universitarias, quizás algún escritor, quizás alguien que todavía esperaba verla. También hay personas solas como ella, que comen tristes y que aparentan estar pensando en algo demasiado importante.
La joven escritora termina su ensalada y decide jamás volver a ese restaurante. No sabe por qué, sólo sabe que no volverá nunca más. Suena el celular. Es su editora. Le dice que ya puede pasar por la editorial a recoger su cheque por las ventas de su primera novela. La joven escritora se pone de pie y deja un billete que duplica a la cuenta y sale rauda en busca de un taxi. El taxista la ve por el espejo y se enamora por cinco segundos. En la radio canta Nina Simone. Ahora siente más frío, ahora, cuando no hay nadie quien pueda abrazarla. Se baja del taxi, le dice gracias al taxista y le sonríe coquetamente y éste le devuelve la sonrisa. Entra en la editorial.
A los diez minutos ya ha salido. La joven escritora se sienta en la acera y saca de su bolso el cheque.
Lo ve.
Decide no volver a escribir.




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La colegiala ha salido de una librería del Centro de Lima con un libro de Coelho en la mano. Ha caminado cuatro cuadras hacia la avenida Tacna y ha esperado a que algún ómnibus quiera llevarla. Uno se detiene. El cobrador le dice que se siente en la última fila y que si sube una persona mayor que se ponga de pie. No le importa. Se sienta junto a la ventana. Abre el libro de Coelho. Le gusta el olor de los libros nuevos. Lee la primera página y se aburre. Su profesora de literatura le recomendó a Coelho pero a ella le parece aburrido. Me gustaría escribir, piensa. El ómnibus va por la Avenida Venezuela y se detiene en el cruce con Universitaria. Suben universitarios con sus carnés universitarios y sus estómagos vacíos. Todavía falta mucho para que se baje.
La colegiala se divierte viendo a las personas por la ventana del ómnibus y les inventa historias. Esa muchacha joven y tan bonita puede ser una secretaria que tiene que tirarse al jefe cada quincena. Esa anciana que con las justas camina puede haber sido una verdadera hija de puta durante su juventud. Esos niños que juegan en la calle y que sonríen, sólo lo hacen porque ya están cansados de llorar por la ausencia del padre. Con razón no me gusta Coelho, piensa.
El ómnibus se detiene en una luz roja y la colegiala ve a una muchacha muy linda dentro de un taxi. Ve que el taxista observa a la joven por el espejo. La chica ni cuenta se da.
La colegiala llega a su casa, se cambia, almuerza, lava los platos, hace sus tareas. A las seis de la tarde termina de hacer sus deberes y se sienta con un lápiz y una hoja en blanco. Escribe: “Quiero escribir, y también quiero ser tan bonita como la chica del taxi, si hasta escritora parecía...”




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El tipo entra a su casa con los zapatos sucios y la ropa desordenada. No hay nadie. Se sienta en una silla que tiene una pata coja y saca de la bolsa de papel el libro de Faulkner.
Suena el teléfono. El tipo deja que el teléfono suene y sigue leyendo. El teléfono no se detiene. El tipo se levanta a regañadientes y contesta.
Sale corriendo de casa. Toma un taxi.
Ya es tarde.
Sobre la pista está ella. Tan joven, tan linda, con tanto futuro. Esta tirada con los brazos abiertos y la mirada fija hacia un costado. Del pecho le chorrea la sangre debida al impacto del auto que la arrolló
Está muerta.
El tipo se arrodilla y llora. Hay muchos curiosos alrededor y uno de ellos se le acerca y le alcanza un cheque: debe ser de la señorita., le dice.