El verano del 98 apareció sobre nosotros casi sin darnos cuenta. Algunos aún estábamos en los exámenes finales, tratando de memorizar los cuadernos por las tardes y prendiendo velitas por las noches, otros, los que ya habían terminado clases, salían de sus casas temprano en bicicleta sin rumbo fijo y volvían bajo las luces artificiales sin haber hecho absolutamente nada.
Pero los exámenes terminaron, y aquel día bendito volvimos de la escuela y destrozamos cuadernos, mochilas, uniformes y también algo del pasado, entre ellos el recuerdo de Mr. Lombardi, el peor profesor que he tenido en mi vida, mientras llegaba el mediodía y presagiaba un verano lleno de aventuras.
Pasó Navidad y en las fiestas de fin de año cada uno viajó con su familia a mil lugares diversos del Perú y del mundo. Mi familia fue una de las pocas que se quedó en Lima. Mis padres salieron el 31 de diciembre por la noche y yo me quedé completamente solo mirando televisión hasta el otro día.
Esos días fueron los más tristes de mi vida. Casi todos mis amigos estaban en cualquier lugar menos conmigo, y yo no veía las horas de que estuvieran de regreso para comenzar de una vez con las vacaciones y cumplir las mil promesas que nos habíamos hecho desde el verano anterior.
Para la segunda semana de Enero ya todos habían vuelto de sus viajes. Algunos trajeron regalos y otros experiencias que contar. Beto Labarthe había perdido la virginidad con su prima argentina la noche de año nuevo y Pocho Valdivia había descubierto a su primo favorito, Raúl, besándose con otro tipo en una calle de Miami: si lo hubieras visto no lo hubieras reconocido flaco, me decía casi indignado, y yo pensaba que claro, hace tantos años que no lo veía, desde que éramos niños y él aún vivía en Lima.
Los días pasaban uno tras otro como si se tratase de horas. Todos los días despertaba a las diez de la mañana y salía a dar una vuelta en bicicleta por El olivar, reconocía a algunas de las empleadas que salían a comprar algo de emergencia o a las nanas con los coches de los hijos de las patronas. Siempre trataba de hacerle gracias al niño dentro del coche mientras lo compadecía un poquito. Luego enrumbaba hacia las calles de Miraflores, miraba los escaparates de las librerías, los anuncios en las fachadas de los museos, le guiñaba el ojo a las muchachas que me parecían conocidas y me compraba un helado en un local de la Donofrio que quedaba en la calle Porta. Al mediodía volvía a casa para almorzar y hacer algunos deberes que se me daban para no desperdiciar el verano. Después de eso tenía todo el tiempo del mundo.
Pero los exámenes terminaron, y aquel día bendito volvimos de la escuela y destrozamos cuadernos, mochilas, uniformes y también algo del pasado, entre ellos el recuerdo de Mr. Lombardi, el peor profesor que he tenido en mi vida, mientras llegaba el mediodía y presagiaba un verano lleno de aventuras.
Pasó Navidad y en las fiestas de fin de año cada uno viajó con su familia a mil lugares diversos del Perú y del mundo. Mi familia fue una de las pocas que se quedó en Lima. Mis padres salieron el 31 de diciembre por la noche y yo me quedé completamente solo mirando televisión hasta el otro día.
Esos días fueron los más tristes de mi vida. Casi todos mis amigos estaban en cualquier lugar menos conmigo, y yo no veía las horas de que estuvieran de regreso para comenzar de una vez con las vacaciones y cumplir las mil promesas que nos habíamos hecho desde el verano anterior.
Para la segunda semana de Enero ya todos habían vuelto de sus viajes. Algunos trajeron regalos y otros experiencias que contar. Beto Labarthe había perdido la virginidad con su prima argentina la noche de año nuevo y Pocho Valdivia había descubierto a su primo favorito, Raúl, besándose con otro tipo en una calle de Miami: si lo hubieras visto no lo hubieras reconocido flaco, me decía casi indignado, y yo pensaba que claro, hace tantos años que no lo veía, desde que éramos niños y él aún vivía en Lima.
Los días pasaban uno tras otro como si se tratase de horas. Todos los días despertaba a las diez de la mañana y salía a dar una vuelta en bicicleta por El olivar, reconocía a algunas de las empleadas que salían a comprar algo de emergencia o a las nanas con los coches de los hijos de las patronas. Siempre trataba de hacerle gracias al niño dentro del coche mientras lo compadecía un poquito. Luego enrumbaba hacia las calles de Miraflores, miraba los escaparates de las librerías, los anuncios en las fachadas de los museos, le guiñaba el ojo a las muchachas que me parecían conocidas y me compraba un helado en un local de la Donofrio que quedaba en la calle Porta. Al mediodía volvía a casa para almorzar y hacer algunos deberes que se me daban para no desperdiciar el verano. Después de eso tenía todo el tiempo del mundo.
A las tres de la tarde era la cita todos los días. Yo siempre era de los últimos en llegar y de los últimos en irme. Una vez todos completos escogíamos los equipos de fútbol y jugábamos un mini campeonato de tres equipos. Debo admitirlo, éramos pésimos para el fútbol pero nuestra entrega era total. Terminábamos exhaustos, sentados en la cancha bebiendo gatorade y hablando de chicas. Pepe Valdivieso le había caído a Gloria y ella le había dicho que no dos veces, entonces Pepe le cayó a Lulú Acosta y ella le dije que si a la primera. Alvarito Prado se moría por Susana Tejada y ella se moría por Beto Labarthe quien sólo tenía cabeza para seguir pensando en su prima argentina, una muchacha cinco años mayor que él y de nombre Luciana. Santiago y Joaquín vivían enamorados de Marita Salas, pero ella aún no había tenido el despertar necesario y no parecía fijarse en esas cosas. A mí me gustaba Laura Gastañaduy, una de las muchacha más lindas e inteligentes del mundo y quizás yo le gustaba a ella, no lo sé, al menos eso se decía, pero mi timidez permitió que yo nunca lo supiese. Nunca
Una vez hidratados caminábamos por las calles antiguas de Miraflores hablando de mil temas a la vez, empujándonos hacia las pistas, echándonos gaseosas sobre el cabello, jodiendo a los policías. Llegábamos a la tienda del chino Lou en el pasaje San Antonio y pedíamos dos cajas de cerveza bien heladitas que tomábamos en la trastienda. Cuando salíamos casi siempre ya había oscurecido y el grupo se separaba en dos: los que se quedaban en Miraflores y los que íbamos a San Isidro.
Una vez hidratados caminábamos por las calles antiguas de Miraflores hablando de mil temas a la vez, empujándonos hacia las pistas, echándonos gaseosas sobre el cabello, jodiendo a los policías. Llegábamos a la tienda del chino Lou en el pasaje San Antonio y pedíamos dos cajas de cerveza bien heladitas que tomábamos en la trastienda. Cuando salíamos casi siempre ya había oscurecido y el grupo se separaba en dos: los que se quedaban en Miraflores y los que íbamos a San Isidro.
Los que íbamos a San Isidro éramos siete, entre ellos mi mejor amigo, Pocho Valdivia, que vivía a dos cuadras de mi casa y que seguía angustiado por el descubrimiento de su primo en Miami. El pobre creía que la homosexualidad era una “enfermedad” hereditaria y se torturaba pensando en la inminente llegada hacia su vida. Yo no sabía qué decirle exactamente y siempre terminábamos sentados en la esquina de mi casa hablando de María Cristina, la muchacha que se moría por él y que él ignoraba por completo.
Volvía a casa y comía algo. Luego me encerraba en mi cuarto a escribir versos cursis e historias insípidas que yo tomaba por éxitos rotundos y que alguna vez otros verían en los escaparates de las librerías como lo hacía yo por las mañanas.
Pero llegó el día, el 16 de febrero del 98, día que cambió nuestras jóvenes existencias. Era quinceañero de Lucía Santos, una muchacha que parecía mucho menor y que tenía los cabellos rubios y las uñas siempre pintadas de negro.
Llegamos todos juntos como siempre y nos sentamos en uno de los rincones del gran salón, fumando mucho y con las manos en los bolsillos como quien ha mirado mucho en la vida. Nos sorprendimos con las muchachas que vimos, algunas seguían igual de infantiles, pero las otras, casi todas, habían desarrollado en meses y sus cuerpos rectilíneos habían pasado a ser esculturas vivientes recién descubiertas.
Esa noche se bailó poco y se miró mucho alrededor. Y casi a medianoche apareció. Apareció la muchacha más espectacular del mundo. Vestía un vestido verde limón de tiras y sin mangas y tenía un peinado demasiado coqueto para su tan corta edad. Era tan linda, tenía el cabello negrísimo, su piel era blanca, su perfil perfecto y sus ojos como de mentira. Su nombre era desconocido y su presencia nos cambió la vida. Entonces, de un momento a otro, todos quisimos bailar, bailar con ella, pero ella ni nos miraba y con la mano derecha, con un gesto de reina nos decía “no gracias”
Pasaron varios días y nadie sabía ni su nombre. Preguntamos a todas las muchachas que pudimos por el origen de tan deslumbrante aparición, pero al vernos sufrir tanto prefirieron torturarnos con su silencio. Y nos torturaron, claro que si.
Una tarde alguien llegó con la noticia. La habían visto en la cola del cine El Pacífico con un muchacho mayor, como de veinte años, al que le sonreía de todo y le tomaba de la mano al caminar. Entonces comenzó la persecución.
Volvía a casa y comía algo. Luego me encerraba en mi cuarto a escribir versos cursis e historias insípidas que yo tomaba por éxitos rotundos y que alguna vez otros verían en los escaparates de las librerías como lo hacía yo por las mañanas.
Pero llegó el día, el 16 de febrero del 98, día que cambió nuestras jóvenes existencias. Era quinceañero de Lucía Santos, una muchacha que parecía mucho menor y que tenía los cabellos rubios y las uñas siempre pintadas de negro.
Llegamos todos juntos como siempre y nos sentamos en uno de los rincones del gran salón, fumando mucho y con las manos en los bolsillos como quien ha mirado mucho en la vida. Nos sorprendimos con las muchachas que vimos, algunas seguían igual de infantiles, pero las otras, casi todas, habían desarrollado en meses y sus cuerpos rectilíneos habían pasado a ser esculturas vivientes recién descubiertas.
Esa noche se bailó poco y se miró mucho alrededor. Y casi a medianoche apareció. Apareció la muchacha más espectacular del mundo. Vestía un vestido verde limón de tiras y sin mangas y tenía un peinado demasiado coqueto para su tan corta edad. Era tan linda, tenía el cabello negrísimo, su piel era blanca, su perfil perfecto y sus ojos como de mentira. Su nombre era desconocido y su presencia nos cambió la vida. Entonces, de un momento a otro, todos quisimos bailar, bailar con ella, pero ella ni nos miraba y con la mano derecha, con un gesto de reina nos decía “no gracias”
Pasaron varios días y nadie sabía ni su nombre. Preguntamos a todas las muchachas que pudimos por el origen de tan deslumbrante aparición, pero al vernos sufrir tanto prefirieron torturarnos con su silencio. Y nos torturaron, claro que si.
Una tarde alguien llegó con la noticia. La habían visto en la cola del cine El Pacífico con un muchacho mayor, como de veinte años, al que le sonreía de todo y le tomaba de la mano al caminar. Entonces comenzó la persecución.
Por las tardes ya no íbamos a jugar fútbol, sino hacíamos guardia en la puerta del cine. Todos, absolutamente todos estábamos ahí. Bien peinaditos, bien vestiditos, fumando por si decidía aparecerse por nuestras vidas una vez más, ensayando posturas, sonrisas, miradas de esas de como quien no le toma tanta importancia al asunto.
Pasó una semana y no se apareció. Nosotros seguíamos muriendo por ella sin siquiera saber su nombre. Algunos hacían la guardia desde más temprano por si acaso y otros se quedaban hasta más tarde de la hora permitida. Después de un mes perdimos esperanzas.
Entramos en las últimas dos semanas de las vacaciones. Por ningún motivo sentimos que habíamos desperdiciado el verano, al contrario, buscarla se había convertido en todo un motivo de vida que valía la pena seguir intentando.
Una de las últimas tardes en la cancha todo terminó mal. Alvarito y Andrés disputaron una pelea en la que hubieron dos perdedores. El mini campeonato se dio por terminado y nadie quiso ir donde el chino Lou. Yo me fui con Pocho y Beto y nos quedamos conversando del comienzo de clases hasta que oscureció. Pero no me regresé con Pocho, no recuerdo por qué, quizás quise estar solo. Caminé por las mismas calles de siempre, con la ropa deportiva sudada y sucia, saltando las líneas de las aceras, mirando todos los autos que pasaban, con un helado en la mano y la otra en el bolsillo, lamiendo el helado con desgano, a veces mirando el piso al caminar, otras cerrando los ojos como olvidándolo todo.
Y entonces apareció. Apareció por segunda vez en mi vida. Era el mismo cabello negrísimo y los mismos ojos como de mentira. Sólo que no estaba con el vestido verde limón, sólo que se le veía más linda así, tan natural, tan cotidiana y a la vez tan especial. Se bajó abruptamente de un auto rojo deportivo y parecía de mal humor. El tipo la seguía con el auto mientras ella caminaba, entonces ella dijo algo que no logré escuchar y el auto arrancó y se perdió. Ella se quedó de pie mirándolo irse. Y yo detrás, temblando.
Caminé detrás de ella una cuadra y no se dio cuenta. Vestía unos jeans azules y un polo blanco con verde a rayas y en la muñecas tenía muchas pulseras de colores. Se le notaba triste.
Entonces volteó y me miró. Se quedó parada mirándome y yo le dije: hola, yo te conozco, del quinceañero de Lucía Santos, me llamo Jorge Armando García. Ella se acercó y me dijo: hola.
Entonces caminamos juntos y conversamos, se llamaba Ana María de la Torre pero todos le decían Anita, era prima de Lucía y vivía en San Borja. Me contó que había discutido con su enamorado, el tipo del auto, porque él intentó hacer cosas que ella no permitía. Después de unas cuadras me dijo que tenía que irse y paró un taxi, Y se fue por segunda vez, y se fue para siempre.
Volví a casa y me encerré en mi habitación a escuchar música. Estaba de moda un grupo musical llamado DLG y sonaba una canción llamada “No morirá”
Nunca le conté a nadie lo sucedido, preferí que el episodio de Anita quedara como un asunto pendiente. A los pocos días nos juntamos por última vez aquel verano. Era sábado y jugamos el partido más memorable de la historia de nuestras vidas. Luego fuimos donde el chino Lou y nos tomamos tres cajas de cervezas. Renovamos promesas para el próximo verano y juramos, todos juntos, encontrar algún día a esa muchacha del vestido verde limón y de los ojos como de mentira.
Pasó una semana y no se apareció. Nosotros seguíamos muriendo por ella sin siquiera saber su nombre. Algunos hacían la guardia desde más temprano por si acaso y otros se quedaban hasta más tarde de la hora permitida. Después de un mes perdimos esperanzas.
Entramos en las últimas dos semanas de las vacaciones. Por ningún motivo sentimos que habíamos desperdiciado el verano, al contrario, buscarla se había convertido en todo un motivo de vida que valía la pena seguir intentando.
Una de las últimas tardes en la cancha todo terminó mal. Alvarito y Andrés disputaron una pelea en la que hubieron dos perdedores. El mini campeonato se dio por terminado y nadie quiso ir donde el chino Lou. Yo me fui con Pocho y Beto y nos quedamos conversando del comienzo de clases hasta que oscureció. Pero no me regresé con Pocho, no recuerdo por qué, quizás quise estar solo. Caminé por las mismas calles de siempre, con la ropa deportiva sudada y sucia, saltando las líneas de las aceras, mirando todos los autos que pasaban, con un helado en la mano y la otra en el bolsillo, lamiendo el helado con desgano, a veces mirando el piso al caminar, otras cerrando los ojos como olvidándolo todo.
Y entonces apareció. Apareció por segunda vez en mi vida. Era el mismo cabello negrísimo y los mismos ojos como de mentira. Sólo que no estaba con el vestido verde limón, sólo que se le veía más linda así, tan natural, tan cotidiana y a la vez tan especial. Se bajó abruptamente de un auto rojo deportivo y parecía de mal humor. El tipo la seguía con el auto mientras ella caminaba, entonces ella dijo algo que no logré escuchar y el auto arrancó y se perdió. Ella se quedó de pie mirándolo irse. Y yo detrás, temblando.
Caminé detrás de ella una cuadra y no se dio cuenta. Vestía unos jeans azules y un polo blanco con verde a rayas y en la muñecas tenía muchas pulseras de colores. Se le notaba triste.
Entonces volteó y me miró. Se quedó parada mirándome y yo le dije: hola, yo te conozco, del quinceañero de Lucía Santos, me llamo Jorge Armando García. Ella se acercó y me dijo: hola.
Entonces caminamos juntos y conversamos, se llamaba Ana María de la Torre pero todos le decían Anita, era prima de Lucía y vivía en San Borja. Me contó que había discutido con su enamorado, el tipo del auto, porque él intentó hacer cosas que ella no permitía. Después de unas cuadras me dijo que tenía que irse y paró un taxi, Y se fue por segunda vez, y se fue para siempre.
Volví a casa y me encerré en mi habitación a escuchar música. Estaba de moda un grupo musical llamado DLG y sonaba una canción llamada “No morirá”
Nunca le conté a nadie lo sucedido, preferí que el episodio de Anita quedara como un asunto pendiente. A los pocos días nos juntamos por última vez aquel verano. Era sábado y jugamos el partido más memorable de la historia de nuestras vidas. Luego fuimos donde el chino Lou y nos tomamos tres cajas de cervezas. Renovamos promesas para el próximo verano y juramos, todos juntos, encontrar algún día a esa muchacha del vestido verde limón y de los ojos como de mentira.
25 comentarios:
la presencia de anita ... no me quites la pazzzzzzzzz :P bueno si uno siempre recuerda esas cosas de cuando somos chicos ..( 15 , 16 años ...) mmmmmm muy buen post !!
saludos :)
sonrie siempre
Zare
tamare tio...
que te puedo decir
Que presencias........los recuerdos........
Vengo a dejarte un abrazo con sol aunque este nublado y haga frío en Chile también lo está.
Besitos,
mar
Que linda historia Jorge y fuiste el suertudo que tuvo la oportunidad de verla una vez mas...
Empiezo a creer que si puedes... que estás comenzando a... tu sabes...
Saluditos :)
quizá un día vuelvas a encontrarla y cierres esa historia... quizá, quizá, quizá...
un super beso
Esas historias de chiquititud...Bonito post...
Gracias,
pero .. no tienes tu siempre la sensacion de eternidad, y cuando termina queda un sinsabor de nostalgia...
Abrazos
y despues de eso,, nunca mas la volviste a ver???
:O)
quien sabe, la vida te depare una "Anita" en algun tiempo mas???
:o)))
que bonita historia y como uno extrana las epocas pasadas, las epocas de la chiquititud ;o)
saludos,,
Curiosa la atracción que a veces las personas pueden sentir hacia alguien que apenas conocen.
Una historia muy amena, de esas que te enganchan rápidamente.
Saludos!!
PD. Gracias por el consejo en mi blog.
asu mare que buen post! pucha no nos dejes con el suspenso pues! que paso?? jajaja
salud!
leyéndote después de algún tiempo me encuentro con esta historia. ¿como son las cosas no? a veces uno se entusiasma tanto por alguien que se olvida de lo demas y despues volvemos a la realidad y nos damos cuenta de todo. me quedé pensando en que hubiera pasado si la hubiera encontrado otro, ¿tu que crees?
por cierto, escribes tan bien, enganchas rápido a quien lo lee y el texto se pasa rapidito.
muchos besos, prometo volver más seguido como antes
Hola Varguitass paso a dejarte mi saludo resfriado,
cariños para ti.
mar
Que tal historia, en la vida de todos siempre hay un personaje que deja huella.
Ojalá que ahora si llegara una "Anita" no la dejes ir.
Besos para tí.
ahora sí, ya no me pierdo en el camino! Muy linda Anita!
que bonitooooooo. nada mas
Y cuando publicas el cuento con el que ganaste?
No lo veo por aca
saludos
Asi es, todos tenemos una historia como esta.
Pucha que recuerdos....jejeje
Bueno , volviendo a la realidad, un abrazote!
.
zarela:
14 exactamente :)
erich:
ya lo dijiste todo por msn, aunque igual no te entendí
eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen fin
mar:
comentando como anonima? nos vemos más abajito (si ps, q frío)
yolita:
suertudazo
de verdad crees que estoy...?
yeeeeeeeeeee
frulita:
ojalá no? uno nunca sabe
maría elena:
si ps, esas historias
siempre quedan
Ivo:
claro, siempre me pasa, auqnue no sé si exactamente es nostalgia, creo que sólo recuerdo, uno muy bonito
analú:
nunca, ni de casualidad
dónde andará???
minerva:
si, ella era de esas personas que aparecìan y te cambiaban el presente
y después con la misma se iba, y todo volvia a ser como antes
jochín:
no paso naa, ahí terminó la historia
aunque uno nunca sabe y no se debe decir "ahí terminó la historia"
tú me entiendes
maría paz:
sorpresivamente volviendo
bueno, si la hubiera encontrado otro probablemente le hubiera hablado más, le hubiera sacado el fono, etc, etc
:)
mar:
ahora si
un saludo resfriado? bueno, con tal que no me contagies está bien
besos
pasión:
bienvenida!!!
si, siempre hay personas que a uno lo dejan con innumerables sensaciones
y recuerdos
pamela:
ahora si, jaja
pensé que el coment también lo enviarías por mail
jeje
cómo te va con Rosa?
claudine:
graciasssss, nada más
rocío:
si eres la Rocío que creo que eres entonces es una grata sorpresa, porque me dijiste con mucho énfasis: YO NO COMENTO BLOGS!!!
o sea que vamos bien (supongo)
(compra el libro ps, ya sale pronto)
gigi:
y cuál es la tuya? cuéntanos ps
..............
gracias por estar ahí
:)
...............
el titulo :O
ohhhh
me hace acordar a esa cancion ne me quittes pas (no me dejes)cheeeere por eso me comenzo a gustar mas el frances ( me refiero al idioma eh)
oeee y quien es tu anita eh?
jaja ya me pase de chismosa creo :P
salu2 amigooo
love ya !
Jorge, gracias por mandarme lo que te pedi, en estos dias te comento al respecto si? por ahora casi ni me conecto pq ando en mil cosas, pero en cuanto pueda...
Saluditos :)
Tantas cosas guardadas...pero siempre la misma sensación...
Este tipo de posts me gustan más!!! cuentanos este tipo de historias más seguido ps!!
Y qué egoíste k eres por guardarte ese episodio solo para ti!! :P
Un beso amigo! :)
.
petite:
si ps, recontra sapasa resultaste
jeje
:)
G.F:
no sé si eso sea bueno,
pucha
de verdad no lo sé
habladora:
pues de eso se trata
de escribir todo lo q salga y de pasadita gustar algo
alguito nomás
otro beso para ti
.
Chéri Georgie,
Gracias por la notita del msn anoche, me alegra que regreses al blog. Siempre me dejas una buena sonrisa con ése constante ir y venir, con esos ADIOSES en letras grandes y en varios colores que pronuncias determinado pero que sólo terminan quedando en palabras... me alegro que sea así. La vida es demasiado compleja como ser encerrada en ésa mínima palabra y vos tienes por hacer y por decir. Sé que en el fondo guardas cosas que no te han permitido cerrar definitivamente la puerta por la que transita tu corazón...
¿Será que somos como las olas acostumbradas a ese constante vaivén?
:) Tienes razón, siempre encuentro historias interesantes en tu blog.
¿Sabes que he recordado? Recordé un verano y un vestido de tiritas color verde limón que nos diseñó mi abuela paterna a mi hermana Patricia y a mí, ella decía que habían colores que dejaban resaltar la belleza de sus nietas. Junto con aquél vestido recordé a mi primer amor: Pedro Osorio Ormeño, ése es su nombre real. No sé nada de él desde los 12 ó 13 años... Sí, hay personas que no olvidaremos y que no morirán en nuestro corazón, porque ése es su lugar. Lo importante es recordar los momentos buenos con una sonrisa y continuar viviendo, Georgie.
Un abrazo y un beso para ti, Vane
P.D. Trataré de buscar mi fotografía con aquél vestido, si la encuentro te la mandaré :). Besos
Guardadito lo tenías picarón!, jaja.
Esas mujeres que aparecen y se van, son las que se recuerdan forever aunque nunca hayamos sabido nada de ellas.
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